Sobre Literatura Panameña
De
una angostura geográfica está hecha nuestra patria. En la delgadez telúrica
nacimos y morimos. Del agua de los océanos y el salitre están hechos nuestros
pulmones y nuestras lágrimas. En las espumas de dos colosales mares están
zurcidos nuestros recuerdos y en el fondo marino yacen deshilachados nuestros
olvidos. Desde un tiempo cuarteado -en la colisión entre el invasor europeo y
esta tierra caliente y nuestro vaho- hemos sido los hijos de los caminos, del
polvo y las pisadas, de los desgajamientos de la atolondrada multitud que
cruzó, se fue y no volvió. Descendientes de los milenarios dueños de los ríos y
las montañas, de las playas y los cangrejos; de los maniatados y esclavizados
que como reses traficaron desde África en barcazas inmundas y de peninsulares
toscos y blancuzcos. Somos una legión bastarda con la sangre manchada. Hijos de
hijos de envilecidos aventureros, implacables y voraces mercaderes,
enmascarados traficantes, tahúres y truhanes; de mujeres cobrizas acorraladas
por las brutalidades y los abusos; de esbeltas y silentes jóvenes de ébano con
sus ojos hondos y sus manos dulces. 7 Oleadas de depredación y saqueo pasaron
una y otra vez por este filamento de tierra y en sus noches de pus y sudor,
puertos y borracheras, obsesiones y gritos amargos, fuimos gestados. La
caliente avaricia por encontrar el paso hacia el oro y su destello abrazador no
tuvo límites, ni en la tortura ni en la muerte. El oro -el metal de la codicia-
con el cual levantaron ciudades y financiaron alucinaciones de grandezas, en
los reinos del Viejo Continente. Hemos sido el centro de una inmensidad
acuática. La losa húmeda que sostiene nuestras vidas es una cintura pequeña, un
ombligo, un paso, un canal, la herida hasta el tuétano que no nos mató cuando
ocuparon nuestra casa y nos sometieron. Nosotros, colonizados y enjaulados,
también fuimos indóciles y cimarrones; y todavía una costra de sudor seco tiñe
nuestros cuerpos. Nos hemos pasado siglos buscando, escarbando, arañando,
hurgando, en este lugar, para saber, para entender. Nos hemos quedado sin piel
en las manos por el afán de encontrar respuestas a la pregunta que nos escalda:
¿Nada más somos una babosidad en el borde del mar, un resbaloso estrecho? ¿Qué rayos
somos? ¿Esto que llamamos Panamá, qué es? ¿Qué ecos de frustraciones y crímenes
rebotan todavía en su cielo? ¿Dónde está el escalpelo para abrirnos en dos el
corazón y ver dentro de él nuestra sangre ardiendo? Lo fugaz anida en nuestras
almas y las intensas lluvias que caen en este paraje único y hermoso empapan la
médula de nuestros huesos en cada invierno. En una estela en el mar está
impresa la matriz de nuestra memoria. Somos la madera de las barcas y los
velámenes, los vientos alisios y los ojos de las aves que vuelan a ras de las
olas vivas. El caracol y su laberinto sonoro, los mediodías y su singular
resplandor que conmociona, las islas del golfo, los delfines y las ballenas
dulcificadas en las ensenadas que Altamar 8 nos circundan. La tortuga, el pez
espada, las caracolas que reverberan y las gaviotas. En el borde del mar
hicimos nuestro hogar y en las arenas enterramos nuestros muertos. Aquí oramos
y blasfemamos, con los ojos inyectados de sangre y soledades. La nación emergió
pese a todo y se forjó contra todo pronóstico. Pudo ocurrir que no cuajara este
pueblo multicolor y que nada brotara; que todo siguiera su camino y que sin
nacer nos perdiéramos en el abandono y el silencio; que la ruta entre las aguas
se la tragara la selva espesa y el moho del olvido se apoderara de las piedras;
que el ensueño muriera frente a los océanos infectados de piratas,
filibusteros, miedos y odios. Pero no fue así. Titánica fue nuestra lucha por
existir. Y aquí fue: ante el agua esmeralda, el sol oblicuo y el sopor ambarino
de estas costas, que arribamos a la vida, crujiendo como langostas en el dolor
de nuestro parto.
De Manuel
Oreste Nieto
Borde de Mar (2013).
Borde de Mar (2013).
Altamar.
Obra poética 1968-2013.
La
Rama Dorada, ediciones literarias.
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